A ver si es verdad



Miles de veces he escuchado que la natación es uno de los deportes más completos que hay, si no el que más. Miles de veces he pensado en que sería maravilloso no ser una persona tan absurdamente acomplejada como para no atreverme en la puta vida a siquiera intentarlo. Ni una sóla vez en toda mi vida he ido a nadar a un polideportivo.


Pues acabo de llegar de Decathlon, con una bolsa enorme. En la bolsa hay un bañador, un gorro, un par de gafas, 2 pares de chanclas, una toalla de microfibra, una mini mochila, unos shorts deportivos y una camiseta. Sí, he de confesar que soy una compradora compulsiva. Y sí, absolutamente todo combina entre sí: el bañador es marrón, pero tiene unos detalles en rosa oscuro... así que todos los complementos son en rosa, lila claro... y así. Menos los shorts que son negros y la camiseta que es blanca.


Después de estar media hora mirando modelitos, en plan: -"este no, este tampoco, este ni de coña...", con un marido medio histérico al lado: -"pero joder, no te gusta este? y mira este, es precioso", y yo pensando... "ya, ya, cariño mío, si son preciosos, si, pero... en mi se van a ver terribles". Después de probarme todos los modelos de pantalón largo, (y de sufrir el que mi marido en un ataque máximo de cotilleo se haya metido conmigo al probador a molestar y que casi le estrangulo 700 veces), al final me decidí por este:




Os juro que no tengo ni idea de si seré capaz de sentirme bien cuando vaya al poli, o de si seré capaz de exhibirme de esa guisa. Pero lo que sí sé es que con los calores agobiantes que hoy hacen, os prometo que ganas tengo un montón. Pero es que yo me entusiasmo como los niños chicos ante la novedad... Pero luego mis complejos son más fuertes que las ganas. Hay que tener en cuenta que no soy capaz de ir al gimnasio; me he comprado de todo (tengo hasta pesas en casa) con tal de no sentir que hago el ridículo.

Sí, lo sé, tengo un problema. A ver si la natación me ayuda a combatirlo. Lo mismo es buena terapia; además de que me ayudará a adelgazar, a tonificar, mejorará mis problemas de espalda y en fin...

A ver si es verdad.



P.D.: Por cierto; esta mañana pesé 63 kilos. Al menos no ha sido tan duro el golpe, y hoy sólo llevo una ensalada. :)




Hoy toca ansiedad



Tengo un ataque de ansiedad porque he comido.

He salido de paseo familiar. Me he puesto un vestido precioso. Un vestido que ya me está enorme, pero aún así sienta genial. He estado muy contenta desde ayer, al ver por la mañana que he bajado a 62,6 kg. Pero eso se terminó hoy.

Pero claro, una se emociona; entre que has bajado, entre que te sientes más delgada... ¡Hala!. A cagarla. Y yo pensaba, "bueno, tranquila, come y disfruta, ya luego lo arreglamos"... torpe de mi. A ver cuántos días tendré que estar otra vez sin comer para "arreglar" el destrozo: un trozo de pan con tomate; un chorizo; un poco de tortilla de patatas; dos triangulitos de queso curado; una cerveza con limón.

Me dan ganas de llorar como una niña de sólo pensar que mañana ya no veré el 62. Por los momentos, 3 pastis laxantes, dos litros de agua. Y mucha, mucha angustia.


Me he comprado hoy un piercing nuevo (tengo un piercing en el ombligo); es un osito que abraza un cristalito de swaroski, precioso. Pero ahora con la tripa hinchada de chorizo, pan, laxantes y litros de agua, estoy ahogando al pobre osito. Y a mi alma, también.

:(((

Energía

Yo, muchas veces, cuando quiero sentirme mejor, utilizo la música como medicina. Y esta canción me encanta: es como una inyección de energía. Cuando la escucho, no puedo evitar moverme y sentirme contenta. Y, aunque la efímera felicidad que me hace sentir dura los 4 minutos y medio que dura la canción, me dá igual.










¿Vosotras tenéis también canciones que os hagan levantar el ánimo, aunque sea por algunos minutos?

¿Equilibrio?




Para mi es terriblemente difícil encontrar el equilibrio en ningún aspecto de mi vida; tiendo a ser extremista: o todo o nada, o blanco o negro, o como o no como... Eso me trae muchos conflictos en todo sentido; en la pareja, como madre, como amiga. No sé si lograré alguna vez encontrar la fórmula mágica. Me critico duramente por ser como soy; la mitad del tiempo me siento genial y pienso que cada quien es como es y punto, y la otra mitad del tiempo me voy al subsuelo y me siento el ser menos válido del planeta y me hundo en mi propia mierda, porque me siento toda yo un gran error de la naturaleza.

Yo no siento ese odio por la comida que muchas de vosotras sentís. Para mi, la comida es la comida; simplemente está ahí, como el aire que respiramos, como el sol, como el césped. Existe como parte integral de la vida de todos. Está a nuestro alrededor y, culturalmente, está asociada al placer, al disfrute. Pero la comida no viene a ti; eres tú quien elige comer o no comer, o mejor dicho: tú decides comer una cosa u otra, de la misma manera que eres tú quien elige cuándo parar de comer. Comer es, entonces, una elección libre que realizamos día a día.

El odio que siento es más bien hacia mi misma, hacia mi descontrol. Siento odio hacia mí misma por no ser capaz de mantener un equilibrio. Siento odio y rabia cuando como porque estoy triste, agobiada, cabreada. Como porque me encuentro mal, quizás buscando que la comida me haga sentir mejor; pero el resultado no puede ser más nefasto: al terminar estoy peor que al principio. Sigo sintiéndome triste/agobiada/cabreada, además de una cerda descontrolada que, ilusamente, pensaba que comiendo se iba a sentir mejor. Ganas de desaparecer: eso es lo que siento en esos momentos.




Pero la comida no tiene la culpa; la culpa la tengo yo. Y no soy culpable por comer; soy culpable por excederme, por elegir los alimentos menos adecuados, por menospreciarme a través de la comida (no valgo una mierda, dá igual si engordo, porque mi vida es una mierda y me dá todo igual). Soy culpable de no saber disfrutar de un trozo de jugosa sandía con la misma ansia que disfruto un paquete de patatas fritas. A mí no me des dulces; a mi dame queso, pan, mayonesa, patatas fritas, croquetas. Las frituras me ciegan. El dulce me empalaga. Al principio, cuando comienzo una dieta restrictiva, me cuesta muchísimo (incluso, llego a llorar) porque no sé disfrutar una ensalada en vez de una ración de croquetas de jamón. Siento que "me estoy perdiendo de algo mejor". Al principio de la dieta, no sé cómo hacer para que la ensalada me sacie, me calme. Lloro porque el cuerpo me pide, literalmente, comerme 12 croquetas con medio litro de cocacola. Y sufro comiéndome la ensalada, tan insípida, tan frígida, tan lavada.

Mil veces digo "se acabó, hasta hoy como y mañana comienzo la dieta", y mil veces al caer la tarde pienso: "no, no me aguanto; mañana sigo". Pero, en algún punto, me bloqueo. No sé cómo lo hago; simplemente me sucede: dejo de sentir la necesidad de comer. Hay veces, durante mis ayunos o semiayunos (muy pocas veces, la verdad) en las que sí siento como muy dentro de mi las ganas de antes; como si tuviera dentro un animal salvaje retorciéndose en mis entrañas, pero estoy tan enfocada en lo que quiero que me es muy fácil distraerme la mente. Y cada día voy comiendo menos y menos y menos, y cada día voy rechazando más y más cosas que clasifico como "engordantes". Para mi es más fácil no comer nada, que comer muy poco. Es como si fuese capaz de anular la necesidad de comer, de matarla. Y un día te das cuenta de que te aflojan los pantalones, y ese día te sientes grande, te sales. Ese día me reafirmo y se renuevan mis fuerzas, y menos ganas de comer siento. Luego llega el día en que esos mismos pantalones se te caen; llegada a ese punto, siento que tengo el total y completo control. Que todo vale la pena. Debo aclarar que no creo en ninguna maravillosa Diosa Ana, porque jamás la conocí. He conocido, en cambio, el infierno de autocastigarme de muchas maneras; entre otras, negándome una necesidad básica: la comida. Lo sé, sé que funciona más o menos así, psicológicamente. Pero jamás he sabido hacerlo de otra manera: si como más de la cuenta, engordo; si dejo de comer, bajo de peso. Así de simple. Y así lo he hecho toda mi vida. El descontrol o autocontrol provienen de mí misma, de mi fuerza, de mis ganas de luchar o de dejarme vencer. Los méritos son míos y sólo míos, por lo que no necesito a nada ni a nadie, y supongo que eso me hace relativamente más fácil, una vez llego donde quiero, retomar el control. Supongo; pero son sólo suposiones mías, que ya bastante desequilibrada soy, así que no me siento en capacidad de dar ningún consejo a este respecto. Recuerdo que estas son simples divagaciones personales; nada científico.

Hasta aquí todo es bastante complicado, la verdad. Es todo un proceso, y es doloroso, además. Pero lo realmente jodido es cuando al fin llegas a tu supuesta "meta". Mi meta hace 3 meses eran los 60 kilos. Hoy, es llegar a los 58. Hace tres meses estaba enfocada en aprender a comer sano (dentro de lo poco que como); ahora ya estoy en la fase en la que sé cuántas calorías tiene hasta el aire que respiro, y cuento y sumo y resto, como loca, todo el día, todos los días. Con esto quiero decir que una de las cosas más jodidas es saber cuándo parar. Aprender a sentirte satisfecha con lo que has logrado. Aprender a reconocer que has llegado donde querías, al menos en cuanto a peso se refiere. Y... buscar entonces el famoso "equilibrio". Yo, como cabe esperar de mi, tengo mis teorías, las cuales me intento aplicar a veces con buen resultado, a veces sin ninguno.





En mis muchísimos años, he aprendido varias cosas. De las más importantes, la primera es que todo el esfuerzo es mío; ergo la victoria es mía, y de nadie más. La segunda, es que por más flaca que estés, siempre habrá algo que no te gusta de ti. Y esto es muy muy importante que reconozcamos: la mayoría de las princesas centra todos sus problemas en la gordura; como si al bajar de peso la vida entera te vá a cambiar. Y sí que cambia, evidentemente, y cambia en muchísimos aspectos; pero no mejora de forma mágica, es lo que quiero decir. Por ejemplo, si tienes problemas para relacionarte con los demás, es porque no sabes relacionarte con los demás, y no sabrás hacerlo estés gorda o estés delgada. Los demás podrán ver que te transformas de una persona poco atractiva en una más atractiva (o eso crees tú que sucederá), y que entonces todo el mundo te va a querer y a admirar, pero resulta que si tú misma no te sientes una persona atractiva, estés gorda o estés delgada, la cosa falla. Porque por más que los demás te digan lo espectacular que te ves, tú sencillamente no te lo vas a creer, porque tú no crees en tí misma, porque tú no eres capaz de verlo.

Y aquí es donde hay que aprender a clasificar dos aspectos importantes de una misma: lo que puedes cambiar, y lo que no puedes cambiar. Porque, vamos a ver: ¿qué haces cuando estás, al fin, pesando los famosos 48 kilos que tanto querías ver en la báscula, pero tu nariz sigue siendo la misma de siempre? Pesas 48 kilos, vale; pero... tu cara es la misma de antes, tu altura no se modifica tampoco, tienes los mismos padres, vives en la misma casa, vas al mismo colegio/trabajo, tienes el mismo novio/marido/hijos, los mismos amigos... Creo que básicamente cometemos el error de entremezclar las cosas y nos creemos que estando delgadas todos los problemas desaparecerán y la vida te cambiará radicalmente, cuando la verdad es que si tú misma no resuelves tus problemas y cambias el sentido de tu vida, por más flaca que logres llegar a estar, todo seguirá exactamente igual, menos tu peso. Y, es más: os aseguro que incluso la cosa se puede poner aún peor. Porque la frustración que se puede llegar a sentir cuando al fin has llegado a donde querías llegar en cuanto a peso, y descubrir que todo a tu alrededor sigue siendo igual, es desvastadora. Te sientes como una mierdecilla, cuando tus únicos momentos felices son estando encerrada en el baño pesándote, o viendo cómo te entran ¡al fin! los pantalones de la 36 en los vestidores del Berska. De resto, cuando sales ahí afuera, a eso que llaman mundo real, es una mierda. La misma mierda de antes, la misma mierda de siempre.



Así que estoy convencida de que lo más jodidamente difícil es, simple y llanamente, aceptarnos. Por dentro y por fuera. Todas sabemos qué es aquello que podemos cambiar, y qué es lo que no podemos: puedes cambiarte de carrera, de trabajo, de casa; puedes cambiar de pareja y hasta de amistades; puedes cambiar el largo/forma/color de tu cabello, puedes maquillarte las ojeras, bajar de peso, ir al gimnasio para estar en forma, puedes operarte la nariz que odias desde que tienes 4 años, hacerte una liposucción y quitarte tres costillas para parecer más esbelta, y puedes hacer muchas cosas más... Pero de la misma manera en que no puedes ser más alta de lo que eres a menos que te pongas unos taconazos de 12 cms. de alto, o que no vas a saber hablar inglés a menos que estudies, no puedes ver la vida de otra manera si no cambias por dentro; si no cambias tu forma de percibir la vida y tus reacciones ante las cosas que te suceden, nada cambiará. Porque no podemos cambiar las cosas a nuestro alrededor, porque no tenemos ese poder: no podemos hacer que deje de llover; pero sí que podemos aprender a ver y vivir los días lluviosos de otra forma.

Lo que puedes cambiar es fácil, así que cámbialo y disfruta del proceso. Lo que no puedes permitir es que aquello que no puedes cambiar te amargue la vida, así que hay que aprender a reconocerlo, en primer lugar; y después, hay que aprender a vivir con ello de la mejor manera posible, cambiando nuestra percepción/reacción ante esa realidad.

Ajá, muy bonito todo, ¿verdad?; pero... he aquí la gran pregunta: ¿Es fácil?

Y una mierda. Si fuera fácil, yo sería la mujer perfecta, tendría la vida perfecta, habría estudiado psicología y sociología, sería famosísima porque habría descubierto la fórmula mágica de la felicidad absoluta y tendría muchísimo dinero, estaría viajando alrededor del mundo y teniendo muchos amantes, y no estaría vomitando mis pensamientos de mierda en un blog anónimo perdida en la red. No, no es nada fácil; es más bien complicadísimo. Pero no es imposible, eso sí que no. Yo la mitad del tiempo logro un equilibrio casi perfecto, y la otra mitad del tiempo estoy más perdida que cualquiera de vosotras. Así soy yo: inconstante, desequilibrada, inmadura, o lo que sea.

Y, por último... Ser madre y ser Ana, ¡interesante pregunta!, pero... es que una cosa no tiene que ver con la otra (¿o sí? No lo sé). Quiero decir, que el problema no es ser Ana, Mia o estar loca; el problema es otro, supongo. Soy esposa, madre, ama de casa y anoréxica, sí. Y como soy bastante especialita, lo llevo bastante bien o bastante mal, dependiendo si estoy en la fase de equilibrio o desequilibrio. Pero es tema aparte, que merecerá otro post, supongo; si es que alguna vez decido escribir acerca de ello.


Entrada dedicada especialmente a Anna.




Notas



Nota 1º : Esta mañana he vuelto a pesar 63,3 kg. Una medio alegría me invadió, por eso y porque cada vez se me notan más los huesos. Huesos que no recordaba que tenía.


Nota 2º: No he ido al baño desde el jueves de la semana pasada; lo fuerte es que llevo tomando laxantes desde el domingo... Y hasta esta mañana no me habían hecho efecto. Bueno, tomando en cuenta que no había comido nada hasta ayer... pues tiene lógica, supongo.


Nota 3º: Me ha llegado un pedido de algunas comprillas que hice la semana pasada por internet. La noche que hice las compras, soñé con verme espectacularmente maravillosa enfundada en unos leggins de vinilo, subida en unos taconazos imposibles que me hagan sobrepasar los 1.80 metros. Me compré los leggins, completamente convencida de que me vería maravillosa; y además, unas cuantas camisetas muy... ¿grunge?. Total look. Hoy me ha llegado todo; todo es hermoso, me encanta. Pero no he sido capaz de probarme nada. Bueno, sólo me he probado las camisetas; porque aún y cuando las he pedido dos tallas más grandes que la que llevo ahora, tenía miedo de que no me quedasen bien. Por supuesto, me las he probado sin mirarme al espejo; todas me están grandes. Eso está perfecto, porque así no se me marca el cuerpo. Los leggins... los leggins son un tema aparte. Descansan escondidos en mi armario. No sé si voy a ser capaz de probármelos. No sé si quiero ver cómo me sientan. No sé si algún día tenga el valor para salir a la calle con ellos, como en mi sueño.


Nota 4º: Poco a poco me vuelvo a acostumbrar a comer. Nunca desayuno, jamás; (sólo bebo un café y 3 cigarrillos, ese es mi desayuno). Hoy he comido a las 15; 100 gr. de pescado al horno con 1 tomate asado. Cero grasas. Me he dado el lujo de beber medio vaso de cocacola zero (no bebo refrescos de ningún tipo, aunque sean light, tienen gaseosa y eso te hincha). Por la tarde he tomado un poco de sandía. Está buenísima; esa será mi cena: un trozo de sandía. Al menos he comido.


Nota 5º: Estoy leyendo el libro de Cielo Latini, ABZURDAH. Este fragmento me ha tocado profundamente...


"...Porque, seamos sinceros, una persona feliz no deja de comer durante x cantidad de días. Una persona feliz y despreocupada, una persona “normal” (si es que existe aquello) no cuenta cada caloría: simplemente come. Y en última instancia, si engorda hace dieta NORMAL y tema acabado..."



Así que no soy una persona feliz. No soy una persona normal. Bueno; eso es algo que yo ya sabía, vamos. Pero tendré que enfrentarme a ello y solucionarlo en algún momento. Porque una persona no-feliz y no-normal no puede criar hijos felices y normales, supongo. Y eso me dá mucho, mucho miedo.

Recapitulando

El viernes y el sábado pesaba 63 kilos exactos. El domingo pesaba 63,3 kg. Hoy lunes... 63,7 kg. A veces creo que pesarme a diario va a volverme loca un día de estos. Qué frustración.


Hoy he roto mi ayuno; llevaba sin comer estos últimos 5 días. Como he estado de bajonazo profundo, con la regla, pues no como porque no me dá hambre. En realidad me cuesta mucho comer, porque en general no tengo hambre casi nunca. Cuando me pongo el chip de "estoy gorda, tengo que bajar de peso", se me quita. Pero estos días sin comer, no he bajado nada. Así que hoy me he obligado a comer una hamburguesa (sólo la carne, por supuesto) de pavo y pollo, acompañada de lechuga y tomate. Una porción mísera, pero al menos he comido. Ha sido a las 18, así que ha sido un desayuno-merienda-almuerzo-cena, no? Pos yastá. Mañana intentaré comer algo más, a ver si le doy un sacudón a mi pobre metabolismo.


Necesito comer algo más, porque quiero poder ejercitarme, y si no como, no puedo. Además, estoy histérica con la lumbalgia, porque apenas puedo moverme sin ver las estrellas del dolor que tengo. Y aunque estuviese comiendo, tampoco podría entrenar por culpa del dolor. Y necesito mi entrenamiento para poder drenar toda la energía negativa que siento que se me está acumulando. Además, cuando entreno me siento increíblemente bien; es una inyección de endorfinas que me pone a mil, me hace sentir estupenda en general. Me gusta entrenar con pesas, es lo que más me mola. Y ahí están las pobres, esperándome muertas de risa, cogiendo polvo debajo de la tabla de abs. Esa es otra; desde que no hago a diario mis abs, siento que cada día me cuelga un poco más la tripa. Además de las pesas, tengo una máquina de step y una bici de spinning. Será malo que haga aunque sea un poco de step? Joder, si es como subir escaleras, y eso supongo que podría, no?




Bueno; en cualquier caso, necesitaba intentar subirme el ánimo de alguna manera, así que me he hecho algunos mimos. He rescatado la SilkEpil del cajón donde duerme desde finales del verano pasado y, como todos los veranos (para mi, ¡ya es verano!); me he depilado desde la punta de los pies hasta la cintura, además de los brazos hasta los hombros (sí, lo sé: soy una exagerada ; pero es que soy totalmente anti-pelos, chicas, y aguanto muy bien el dolor). Luego me he dado una ducha renovadora, me he exfoliado todo el cuerpo y me he puesto hidratante después. En la cara me he puesto mis potingues antiedad (arrugas: ¡morid!) y poco más, ya que he terminado agotada y con un dolor de espalda increíble (por las posturas al depilarme, quizás...)...


Mañana me quiero hacer las manos y los pies. Me gusta llevar las uñas largas y sólo lucen si las llevas impecablemente pintadas. De hecho, detesto llevar las uñas "desnudas". Así que mañana tengo pendiente eso; a ver si no me olvido de ello hasta la semana que viene.



Antes del proceso, me sentía... "una cosa".



Después del proceso, me siento... "una mujer".




Simplemente una mujer imperfecta que lucha por sentirse mejor consigo misma.

Puto viernes...


Viernes por la tarde. Una amiga me convence para irnos al parque con los niños. Me cuesta salir a la calle. Me toma dos horas sólo el pensar qué mierda voy a ponerme; luego me tiro al menos otra hora más probándome cosas. Todo para ir al parque, ¡a tumbarme en el césped con una amiga!...

Bajamos al sótano los niños, las bicis y yo. Me tiro 15 minutos buscándole la vuelta a cómo voy a meter las dos bicis en el coche. Mis hijos tienen 8 y 11 años, así que las bicis son enormes, casi de adultos. Y pesadas, las condenás. Intento meterlas sin abatir ningún asiento y pues no, no caben así (menos mal que tenemos un monovolumen y puedes abatir los asientos y en fin, que tiene mucho espacio). Después de un buen rato probando distintas combinaciones, logro acoplar las benditas bicis.

Cuando estaba subiendo la segunda bici... crack. Mi espalda. Sentí un latigazo de dolor (ya conocido, sufro lumbalgias con cierta frecuencia). Mierda, mierda, mierda. En fin, no iba a abortar la misión, así que nos subimos al coche y al parque nos fuimos. Como la abnegada madre que soy, bajo las bicis del coche y en tres nanosegundos los niños desaparecen, pedaleando alegremente. "No os vayáis muy lejos, chicos, quedaros donde pueda veros", grité. Suspiré y me fui en busca de mi amiga. Nos tumbamos sobre una manta y estuvimos charlando un par de horas, en las que la verdad me sentí muy bien. Me hacía falta salir, que me diera el aire, despejarme...

Y de pronto, escuchamos gritar de dolor al más peque. Olvidándome por completo de mi espalda, me levanto de un salto y salgo corriendo a ver qué ha pasado. Es un niño muy activo y siempre está saltando y haciendo acrobacias dignas de un gimnasta. Mi nano es de esos niños que jamás se hacen daño; de los que se hostian pero en seguida se levantan de un salto diciéndote: "no te preocupes, mami, no me ha pasado nada, estoy bien" y se va corriendo a seguir saltando. Así que estoy acostumbrada y curada de todo espanto con este niño mío, además de que nunca he sido una madre nerviosa, sino más bien de esas que parecen no tener sangre en las venas...

Peeeeero, hay una máxima: el nano no llora, nunca. Se puede quejar si se hace daño; pero llorar así en plan crío histérico, no, jamás. Así que cuando el niño llora... te puedes cagar, porque algo serio ha pasado. Por eso es que he salido corriendo a ver qué le había pasado, y me encuentro a mi nano tirado en el césped, con el bracito cogido. Lo interrogo mientras le reviso el bracito (aullaba de dolor) y me encuentro con que tiene el antebrazo partido, completamente deformado. Mi amiga llama una ambulancia, yo corro a meter las bicis y el resto de cosas en el coche junto con mi hijo mayor y una chica que se prestó a ayudarnos. Llega la ambulancia y me voy con el nano al hospital, mientras mi amiga se lleva a mi grandullón con ella a su casa.

Qué noche más mala pasé. Bueno, pasamos; porque mi marido estaba conmigo, por supuesto. Yo cada vez estaba más adolorida, así que mientras tenían al nano en el quirófano me fui a urgencias a pinchar un analgésico. Luego esperamos hasta las 5 de la mañana que fue cuando pasaron al nano a la habitación. No pegamos ojo, porque cada vez que se movía, saltábamos a ver q tal estaba. Ayer por la tarde-noche le dieron el alta y ya lo tengo en casa, aburrido como una ostra, el pobre. Y yo a su lado tumbada, adolorida.

Hoy estoy peor de la espalda. Estoy completamente drogada por los medicamentos que estoy tomando. Estoy agotada; ya ni sé hace cuánto tiempo que no he dormido en condiciones. Llevo 5 días sin comer. Y no, no tengo hambre. Estoy agotada. Agotadísima.

No sé qué estoy haciendo con mi vida, la verdad. Tengo que retomar el control.



Necesito dormir, pero dormir de verdad, descansar. Necesito despertar y que todo esté bien. Hace tanto que no me levanto con energías... hace tanto que apenas duermo un par de horas. Estoy cansada, agotada.

No pensé que caería de nuevo, ni con tal fuerza. No, estaba segura de que esta vez todo sería diferente, que haría las cosas bien. Pero no ha sido así. Y es que no sé en qué punto dejé de ser yo misma, en qué momento me aislé del mundo. Perdí la ilusión, esa que te dá la energía vital que te mantiene en movimiento, viva. Me escondí del mundo, dejé de interactuar con el planeta. Me he limitado los últimos 3 años a realizar las cosas básicas, las responsabilidades inalienables del día a día. Poco más, poco menos.

Me olvidé de mi misma, me dejé de lado. Dejé de trabajar, de estudiar, de nutrir mi alma. Me he ido aislando paulatinamente del mundo. Me he ilusionado varias veces ante varios proyectos, pero jamás he desarrollado ninguno. Así como me ilusiono, me desilusiono. O simplemente pasan los días, baja la ilusión, y todo vuelve a ser como antes. Nada cambia.

Y un día te despiertas y no te reconoces al espejo. No, esa imagen no eres tú. Y esa imagen te persigue a donde quiera que vayas, porque es tu reflejo. Y te das cuenta de que odias en lo que te has convertido. Que no te gusta tu vida... y decides cambiarlo todo, o al menos aquello que más te duele.

Y piensas que el problema es que estás gorda. Claro, ¡bingo!, eso va a ser. Por eso estás triste, por eso no te apetece nada. Porque estando gorda no quieres salir a la calle, estando gorda nada te hará lucir bien, te pongas lo que te pongas. En cambio, si estuvieses delgada serías feliz, todo cambiaría mágicamente. Te gustarías, te aceptarías, te sentirías con fuerzas para enfrentarte a lo que sea.

Y comienzas una dieta que te impones tú misma. Te prometes que esta vez, esta vez lo harás bien; nada de locuras, nada de dejar de comer. Si otros pueden, tú también podrás; sabes que será un proceso lento, pero lo comienzas con mucha ilusión. Intentas no obsesionarte, distraes la mente. Pero...

Cuando llevas 15 kilos perdidos y aún no te sientes feliz, pero ni un poco, entonces te preguntas qué es lo que está fallando. Porque hace 4 meses hubieras matado por tener 15 kilos menos. Pero hoy, con 15 kilos menos, lo único que sientes es que aún faltan 5 por perder. Te pesas 456 veces al día. Te miras constantemente al espejo, como si fuese posible notar alguna diferencia de la mañana a la tarde. Estás constantemente tocándote, pensando en lo que no te gusta de tu cuerpo, sintiéndote miserable. Has bajado 15 kilos, pero aún sientes que no tienes nada que ponerte, porque con nada te ves bien, porque todavía falta. Cuando te echas algún trapo encima porque tienes que salir, sí o sí, estás constantemente revisándote, en cualquier superficie que tenga reflejo, para estar completamente segura de que no vas enseñando nada que debas esconder, revisando que la ropa que lleves no muestre tu absoluta imperfección, o la mierda en la que te has convertido.

He de aclarar que nunca he sufrido sobrepeso. De niña fui siempre delgada. De adolescente, quería serlo aún más, como todas, supongo. Pero para mi siempre resultó muy fácil bajar de peso; si cogía algún kilo de más, simplemente dejaba de comer y en pocos días ya estaba hecho. Así que realmente para mi nunca supuso un problema estar gorda ni me ha costado jamás mucho esfuerzo perder peso. Como vivía obsesionada por este tema, realmente no me descuidaba jamás.

Hasta que... me casé. Al año de haberme casado, había engordado como nunca en mi vida, unos 8 kilos. Me horrorizé y me puse a régimen; pero...no bajé los 8 kilos que había ganado, sino que bajé 14 kilos. Paré de perder peso el día en que me puse un vestido rojo que me encantaba y, al mirarme al espejo, me asusté: no parecía una mujer. Parecía un palo, sin forma alguna. En esa época me hice adicta a los laxantes: por cada bocado de comida que ingería, me laxaba. Me daba terror y pánico volver a engordar. Iba al gimnasio como una posesa, 5 veces por semana, tres horas diarias. Me mantuve muy delgada, perfecta, hasta que me embarazé de mi primer hijo. No podía mantener el ritmo desenfrenado que llevaba, y entonces... engordé 24 kilos. Un año y poco después, dejando de comer, y machacándome con ejercicio, recuperé completamente mi cuerpo. Pero tuve un segundo hijo... Y con este segundo embarazo, que fue delicado y de alto riesgo, estuve los 9 meses en cama, prácticamente; así que gané 26 kilos. Dos años después, volví a las andadas, dejé de comer y volví nuevamente a recuperar mi figura, y la mantuve hasta hace tres años. Pero siempre lo hacía igual: el día que en mi cerebro decía "¡basta!" y me decidía a perder el peso ganado, ese día dejaba literalmente de comer. Nunca he sabido hacerlo de otra manera.

Esta vez no ha sido un nuevo embarazo el culpable. Esta vez no sé qué ha sido. Esta vez es la primera vez que me descuido tanto, que me dejo completamente, sin ningún factor desencadenante (como lo es un embarazo). La de mi avatar soy yo, hace tres años. Todo el orgullo que sentía de verme así con 34 años y dos hijos, se ha ido a la mierda. Ahora, con 37 años, siento que estoy a un paso de los 40, y que ya se acaba todo. Es como si ya no valiera la pena, porque se me ha escapado el tiempo entre las manos. Que ya dá igual todo, porque... total, ¿para qué?. Estoy vieja, y no tengo nada. Y es que sigo pensando y sintiendo igual que cuando tenía 25 años: a los 40, qué hay? A los 25 me daba miedo pensar que algún día tendría 40. Ahora que estoy tan cerca de ellos... tengo verdadero pánico. Estoy completamente desubicada porque me siento igual que hace 5, 10, ó 15 años... Pero es evidente que ya no soy la misma. Y no me entra en la cabeza. No lo acepto.

Y es que ya no se dan la vuelta para mirarme con rabia y envidia las mamás gordas y viejas, cuando dejo a mis hijos en el colegio. Y es porque ahora, yo me he convertido en una de ellas.

Nadie escucha mis gritos. Ya no me queda voz...

La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave de oro;
y en un vaso olvidado se desmaya una flor.

Rubén Darío.


Estoy cansada, desvastada, agotada. Me he hecho mayor, he envejecido. Estoy pálida y ojerosa. He perdido el brillo en la mirada. Ya no sé fingir que el mundo es maravilloso, ya no sé cómo llenar la habitación con mis risas. Ya no puedo seguir guardando dentro, en secreto, todo aquello que siento. Años; son muchos años ya sola en esto, sin nadie con quien compartir mi infierno.

Sólo alguien que pasa por esto puede entender la agonía. Por eso me he atrevido a crear este blog, porque duele tanto estar sola que ya no aguanto más.

;;

Mi Proceso